Se abren las puertas del Cielo.
Una procesión de adolescentes ingresa en una oscuridad luminosa. Nos recibe un coro de ¿ángeles? que entona canciones que ya hemos escuchado.
Nos recostamos sobre alfombras y, en la penumbra, percibimos una presencia que nos atrae: el Santísimo. Todos nos inclinamos para adorarlo. La ADORACIÓN. Suave, una voz circular nos va envolviendo: la Hermana Mariangela reza y nos habla y es como una letanía que nos eleva…
En esta atmósfera de santa irrealidad no es raro que todos recibamos una carta de Jesús que espera ser contestada.
Alguien reparte sobres con nuestros nombres que, rápidamente, abrimos. Elegimos “nuestro” lugar cerca de una vela y comenzamos a leer los mensajes que nos han enviado los que están afuera, los que nos quieren, los que nos desean el bien.
Dios está aquí.
Jugamos como chicos. Gritos. Corridas. Risas. Hasta que nos ponemos serios.
Se escucha la voz del Padre Mariano que nos guía. Es hora del perdón.
De pedir perdón a quien lastimamos, ofendimos, despreciamos, juzgamos, abandonamos.
De perdonar a quienes nos humillaron, desilusionaron, mintieron, manipularon, robaron la inocencia.
Es hora de purificar nuestros corazones. De elevar nuestros espíritus. De abrir paso al amor.
Entre abrazos y lágrimas y palabras de arrepentimiento, dejamos atrás la culpa y el rencor. Hacemos lugar para que el Amor nos habite.
Dios está aquí.
La vida es un rompecabezas donde las piezas se van encastrando.
Entramos en este retiro bautizado “Proyecto de Vida” con dudas y necesidades. ¿Decidiremos nuestra profesión? ¿Descubriremos nuestra vocación? ¿Sabremos más de nosotros y de los otros?
Llegamos expectantes o reticentes. Con urgencias o indiferencia. Confiados, ateos, creyentes, vacíos, ansiosos, desorientados. Resistentes o entregados. Hambrientos y sedientos.
“Déjense sorprender”, nos pedían. Nos dejamos sorprender…
Calmaron nuestra hambre y saciaron nuestra sed.
En el rompecabezas de nuestra vida, faltaba una ficha. Esta. Dios está aquí