de Silvia Beati
Este año, como nunca antes, se generó una fuerza surgida de impensados rincones, un "mar de fueguitos de todos los colores" (como escribió Eduardo Galeano) que ardieron la vida, que encendieron a quienes se acercaban a mirarlos.
Porque en medio de la tormenta, asustados y perdidos, nos miramos y reconocimos nuestra mutua humanidad. Y decidimos no soltar nuestras manos. Silenciosos y estoicos, hicimos lo que pudimos.
Comprendimos la necesidad de aceptar este desafío vital y nos lanzamos hacia lo nunca explorado. Entonces, nos convertimos al mismo tiempo en educadores y aprendices, hermanados en solidaridad y humildad. Y llegamos aquí y ahora: eternamente agradecidos a quienes nos simplificaron la vida y, a la vez, conscientes de nuestro propio esfuerzo y crecimiento personal.
Abracémonos a la distancia. Este fin de año nos encuentra fortalecidos. El dolor, casi siempre, provoca eso.
Cuando nos reencontremos, seguramente, seremos más sabios y más buenos.
Más humanos.